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Freedom

Story of a murderer and her victim.

Who is the murderer?
What relationship did you have with the victim?
Why did he do it?
As it did?

Image by Balazs Busznyak

Desde que murió mi marido Jules, mi vida ha dado un giro drástico de la noche a la mañana. 

Sin él ya nada volvería a ser lo mismo. Ya que, le agradezco haber recuperado la ilusión por vivir y volver a creer en el amor. En que, a pesar de mi estatus social, alguien podía amarme a mí. Una joven sin dinero que se ganaba la vida de forma no muy honrada.  

Vivía en una casa medio en ruinas cuidando de mi madre desde que mi padre se separó de ella, cuando yo aún era pequeña. Me acuerdo del momento justo en el que salió por la puerta, esa fue la última vez que lo vimos. Aunque también, fue la primera vez que dejé de creer en el amor. La segunda, y última, cuando murió Jules, el gran amor de mi vida. 

En ese momento, que ya no estaba y mi familia política me había dejado de lado porque pensaban que solo buscaba dinero, volví a ganarme la vida y volví al salón de baile. 

Bailar me hacía sentir libre, me daba paz y un respiro de todos los problemas que había en mi vida, y no me refiero solo a los económicos. 

Es lo que pasa cuando tienes que espiar a los compañeros donde trabajas, que encuentras enemigos allí donde vas. Aunque lo peor no era el miedo de que cualquiera de la fábrica o el salón de baile supiera que estaba vendiendo información sobre ellos. 

Lo peor venía cuando tenía que seducir a algunos hombres para sonsacarles información, que todos ellos me tratasen como un objeto de su propiedad y no como una persona que tenía sentimientos. Además de, sentir que estaba atada a una vida que no quería vivir. 

Entonces me planteé la siguiente pregunta: “¿Qué puedo hacer para ser libre?”.

 

Después de unos días dándole vueltas en mi cabeza, esa tarde al salir del salón de baile, me invadió la única solución que encontraría: 

“Ve con él, así serás feliz, serás libre.” 

Por eso, cuando entré en aquel vagón y vi que estaba vacío, supe que no saldría de allí, o al menos, no viva. 

No me hicieron falta ni cuarenta y cinco segundos para abrir el bolso, coger el cuchillo que siempre llevaba por seguridad y clavármelo en la garganta. 

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